Sònia

Sònia

dijous, 26 d’octubre del 2017

HIJO, TÚ TIENES LA CULPA

- Si él hubiese hecho lo que le tocaba no habría pasado nada.

- Seguramente deberías haber buscado soluciones antes.

- Si nos hubiesen dado más tiempo seguro que el resultado sería diferente.

- Quizás estés olvidando una parte importante del problema.

- ¿Cuál?

- Ser consciente de tu parte de culpa.

A menudo nuestra zona de confort se llena de excusas, de culpables, de situaciones postergadas. El si lo hubiese sabido, venido o llamado nos sirve para crearnos un perfecto colchón de pretextos. Nos hemos acostumbrado a repartir nuestras culpas, a dispersar nuestras responsabilidades, así todo se lleva mucho mejor. A culpar a los demás de nuestros tropiezos, decisiones equivocadas, decepciones o fantasmas. De nuestra falta de valentía, pereza o ambición.

Es mucho más fácil vivir sin querer asumir que somos vulnerables y que a menudo son nuestras malas decisiones las que nos llevan al mismísimo abismo. Los demás no tienen culpa que quizás hayamos dejado de soportarnos, de tratarnos con respeto, de creer en nuestros sueños. De nuestra falta de valor para tomar distancia cuando es necesario o de nuestro temor a hacer las cosas que nos producen vértigo.

Sólo nosotros tenemos la culpa de vivir condicionados por los cobardes, por los que no ansían el cambio, por los que no creen en los imposibles. Sólo es nuestra la falta de no creer en nuestro potencial, de haber decidido abandonar a nuestro instinto, de no querer apostar a fuego.

Todo cambia cuando logras cargarte de valor y decides comprometerte. Ese día que dejas de echar la culpa al universo de todo lo que te pasa y decides dejarte de esconder. Aprendiendo de tus cicatrices, trabajando tu coraje, entendiendo que la inmovilidad es el peor de los venenos. Aceptando que todos en algún momento decepcionamos, nos mostramos estúpidamente y nos convertimos en pequeños fraudes.

La culpa se hace más dócil cuando reconocemos nuestras propias rarezas, limitaciones y manías. Cuando perdemos el miedo a bucear por nuestros errores, baches o frustraciones. Cuando ya no necesitamos antifaces para reconocer nuestras fragilidad y entendemos que no merecemos nada que no nos hayamos ganado con nuestras acciones, con nuestro firme trabajo.

Y si queremos sentirnos culpables de algo que sea de fallar valiosamente, de perder el aliento por lo que deseamos, por no permitir que sean los otros quien dibujen nuestros caminos. De estar en primera línea de fuego, con las expectativas acertadas, las exigencias equilibradas, sin querer ser algo al que no estamos preparados.

Seamos los únicos responsables de no permitir que la culpa boicoteé nuestros proyectos, se convierta en una losa o devore nuestras ilusiones. De empezar de cero las veces que sean necesarias, de intentar aquello que deseamos, de tener la clarividencia de saber lo que nos roba la sonrisa.

Hijo, si tienes que ser culpable que sea por no haber abandonado jamás tus sueños. 

2 comentaris:

  1. Bona reflexió Sònia!
    La compartiré amb el meu fill adolescent.Li cal sentir-ho!
    Mooltes gràcies!

    ResponElimina

Nota: Només un membre d'aquest blog pot publicar entrades.