Sònia

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dilluns, 14 de novembre del 2022

Los riesgos de no educar a los hijos en la cultura del esfuerzo: adultos dependientes, insatisfechos y déspotas

Recuerdo las veces que mis padres nos repetían a mis hermanas y a mí lo importante que era que nos esforzásemos para poder conseguir todo aquello que nos proponíamos. Con grandes dosis de afecto y paciencia nos explicaban lo fundamental que era que tuviésemos una buena actitud e interés a la hora de trabajar por conseguir nuestros sueños. Ellos tenían un máster en esfuerzo y trabajo porque les tocó emigrar a una nueva ciudad en busca de un futuro mejor, con poca ayuda y mucha valentía. Ahora vivimos en el otro extremo, en una sociedad con poca cultura del esfuerzo donde parece que todos nuestros objetivos se pueden conseguir sin él.
La publicidad o las redes sociales son las responsables de que muchos crean que se puede aprender alemán en tan solo ocho semanas, perder peso sin hacer dieta o correr una maratón casi sin entrenar. Todo parece ser asequible, rápido, fácil de conseguir, inmediato. Se ha vendido un falso éxito que se consigue sin trabajo y donde el proceso no es valorado, únicamente lo es el resultado.

Si hay un regalo bueno para los niños y adolescentes es enseñarles a aprender a esforzarse por aquello que desean, a amar los desafíos y a saber disfrutar del camino, aunque esté repleto de baches y contratiempos. El esfuerzo es una actitud imprescindible para el aprendizaje, afrontar los retos y superar las dificultades, es una de las motivaciones innatas que hacen que los hijos e hijas aprendan a diario cosas nuevas.

El esfuerzo produce un sentimiento de satisfacción y orgullo y fortalece nuestra autoestima. Cuando los chavales se esfuerzan se sienten mucho más felices, más relajados y menos ansiosos. A través de él, aprenden a hacer frente a las adversidades con optimismo y crean un buen autoconcepto de ellos mismos. 

Las familias deben aprovechar todas las oportunidades que se presentan a diario para enseñar a los hijos a esforzarse: que se vistan o coman solos, se muestren responsables con sus tareas o mantengan ordenado su cuarto. El esfuerzo en niños y adolescentes debe ir dirigido a desarrollar y adquirir una autonomía personal en las actividades cotidianas para poder satisfacer las necesidades básicas e ir construyendo una personalidad fuerte.

Los niños que aprenden a esforzarse conseguirán una actitud activa ante la vida y serán capaces de valerse por sí mismos y asumir sus responsabilidades. Los padres no deben caer en la tentación de solucionarles los problemas, allanarles el camino o sobreprotegerles cuando vean que no consiguen lo que se proponen. Los niños que no se esfuerzan acaban convirtiéndose en adolescentes o adultos dependientes, insatisfechos y déspotas.

Los hijos e hijas necesitan que se les explique que el esfuerzo es el medio por el cual lograrán conseguir muchos de sus objetivos. Que se les aclare que no siempre van a lograr aquello que se propongan y que será esencial que no se rindan delante de las dificultades. Que padres y madres les ayuden a gestionar las emociones correctamente, a dominar la indecisión y hacer frente a la frustración. A no depender de la buena suerte para que las cosas salgan bien, sino del trabajo y el empeño.

La cultura del esfuerzo educa a los niños en la determinación de la voluntad y la perseverancia. Fortalece la tenacidad, les enseña a ser resilientes, a asumir responsabilidades y a afrontar los problemas con realismo.

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