Sònia

Sònia

dimecres, 24 de febrer del 2016

HIJO, OJALÁ FRACASES MUCHAS VECES

- Voy a intentarlo una vez más.

- Quizás sea el intento definitivo.

- ¿Y si no lo logro?

- Tocará seguir probándolo.

- ¿Por qué no me lo haces tú?

- Porque confío que serás capaz de lograrlo sin me ayuda.

- Ya, pero no paro de equivocarme.

- De cada intento seguro que aprendes algo nuevo.

- Equivocarse es un auténtico aburrimiento.

- ¿Sabes una cosa? Lo mejor que te puede pasar en esta vida es no parar de fracasar.

Soy de las que cree que el error es una herramienta imprescindible para aprender y, por esta razón, dejo que mis hijos se equivoquen a diario. Sin duda sería mucho más fácil allanarles el camino y solucionarles cada uno de sus problemas pero creo enormemente en el poder de la equivocación. Aprender a mirar el camino sin miedo a errar, ejercitarse a fallar sin buscar siempre una justificación, extraer de cada tropiezo la mejor lección, deben ser los cimientos para construir  nuevos aprendizajes.

En ocasiones fallar tambalea, tiñe de gris todo lo que nos rodea, hace que no nos creamos capaces. El error nos inunda de inseguridad e incomodidad, nos doblega, nos deja hecho hatillo. Pero a la vez fallar nos fortalece, nos acerca al éxito, nos muestra diferentes rutas para llegar a nuestro objetivo. Sólo nosotros decidimos si lo reprobamos o lo incorporamos como el propulsor de nuestros nuevos horizontes.

Los errores deben convertirse en las mejores experiencias para avanzar, para obtener cambio, para probar mil y una alternativa, para poner a toda máquina la imaginación. Tropezar nos obliga a diario levantarnos para volver a emprender, a ponernos de nuevo manos a la obra sacudiendo pretextos o infortunios.

Y sólo dependerá de nuestra actitud aceptarlo o no, asumir las consecuencias y centrifugar nuestras ideas las veces que sea necesario. Sólo nosotros decidimos de que color queremos pintar, el grado en el que estamos dispuestos a luchar y cuando decidimos abandonar. Tocará creer que se puede, cultivar la paciencia, desear que las cosas pasen. Trabajar sin bajar los brazos, perseverar aunque estemos exhaustos, rastrear la mejor solución. No permitir que las dudas nos recorten las posibilidades, eliminar los fantasmas del pasado, excluir la culpa, atreverse a que pasen las cosas.

Porque nuestra vida nos pertenece, demos la cara a nuestros errores sin quedar atrapados en nuestros deseos. Seamos los únicos responsables de construir nuestro destino, aprendamos de cada yerro, festejemos cada pequeño avance desterrando la resignación y asumiendo los lances que nos acercan a aquello que nos hace vibrar. Guiémonos por nuestros instintos aunque nos tachen de chiflados, rebasemos nuestras barreras, seamos metódicos, apliquemos cada una de las lecciones que aprendimos al fracasar.

Riamos a destiempo, eliminemos la mediocridad, apostemos por la osadía. Desterremos la rutina, que no nos avergüencen los contratiempos, batallemos por todo aquello que nos haga soñar. Seamos elásticos, imprudentes cuando sea necesario, la excepción que sólo nosotros entendemos. Compliquémonos la vida para seguir avanzando, alimentémonos de las experiencias, tomemos decisiones sin parar. Descifremos los guiños que a diario nos regala la vida, creamos en nuestra intuición. Busquemos el rumbo correcto asumiendo que tocará girar a menudo el timón cuando el mar nos complique la travesía.

Hijo extravíate las veces que sean necesario, reinicia tu sistema operativo a diario,  erra sin miedo a que dirán, falla hasta el agotamiento, asume cada confusión sin olvidar que cada error te acerca a cada uno de tus retos.





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