Risas y llantos.
Ilusión y pasotismo.
Miedo y osadía.
Silencios y carcajadas descontroladas.
Secretos y confidencias.
Las persones adolescentes viven entre extremos. Subidos en un carrusel de emociones que les lleva a transitar por muchos estados de ánimos en un solo día, a sentir a máxima intensidad.Una etapa de transformación y reafirmación en la que deben hacer frente a numerosos cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales.
Esta vorágine de emociones provoca que, en muchas ocasiones muestren dificultades para identificar lo que sienten, para gestionar correctamente todo aquello que les recorre por dentro, para compartir con los demás aquello que les preocupa o incomoda.
Un caos emocional que les provoca inseguridad, malestar y en ocasiones, baja autoestima. Que les hace moverse por impulsos y reaccionar de forma desajustada, impulsiva e impredecible.
Si algo caracteriza la adolescencia es la dificultad que tenemos las familias para entender y acompañar desde la calma esta etapa tan compleja. Es muy difícil acompañar a alguien que se muestra rebelde, insolente y desafiante. Al que les cuesta reconocer sus errores, escuchar nuestros consejos o nos cuestiona la mayoría de nuestras decisiones.
Una persona en proceso de descubrimiento, de cambio, con altas dosis de ego e impulsividad. Llena de contradicciones, inapetencia y poca capacidad para la reflexión. Que reclama su espacio y libertad, en ocasiones con mucha insolencia. Que se deja llevar por la emoción porque su sistema límbico ha tomado fuerza.
Una etapa muy convulsa que a menudo nos desconcierta y nos exige nuestra mejor versión. Que nos hace perder la paciencia y nos llena de numerosos interrogantes. Que nos provoca culpa e impotencia cuando no logramos sintonizar con lo que viven o sienten.
Nuestros hijos no pretenden sacarnos de nuestras casillas o hacernos daño cuando tienen reacciones desproporcionadas contra nosotros. Con sus portazos, gritos o malas contestaciones solicitan nuestra ayuda torpemente.
Nuestros adolescentes necesitan que les ayudemos a entender el mundo tan cambiante al que deben hacer frente, a descifrar el torbellino de emociones por las que transitan, que les digamos a diario que estamos a su lado sin condición. Potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y amor.
Demandan más que nunca nuestro presencia, apoyo, serenidad y comprensión. De nosotros depende que puedan aprender a gestionar las emociones de manera sana mientras transitan por esta etapa.
A su lado necesitan adultos pacientes que entiendan todo lo que les sucede, que atiendan sus necesidades, que les escuchen sin cuestionarlos. Que acompañen con cariño los momentos ansiosos, tristes o llenos de incertidumbre. Que entiendan sus dificultades para hacer frente a la frustración, que les sostengan cuando se sientan vulnerables o desbordados por las emociones.
Que sea una
etapa tan agitada no significa que también pueda ser maravillosa. Es un momento
lleno de oportunidades, de primeras
veces, de nuevas amistades y experiencias.
Han crecido mucho pero siguen siendo nuestros pequeños a los que les gustaba que les achuchásemos y les protegiésemos. Nuestros adolescentes necesitan sentir que les entendemos, respetamos y nos les juzgamos ni les llenamos de etiquetas por todo aquello que sienten.
Que conectamos
con ellos emocionalmente y les acompañamos sin dramatismos y con grandes dosis
de sentido común y del humor.
¿Cómo podemos ayudarles a realizar una buena gestión emocional?
1. Siendo conscientes y responsables de nuestras propias emociones, manejándolas desde la calma y la reflexión sin dramatismos. Convirtiéndonos en el mejor modelo de gestión emocional que puedan tener.
2. Validando todas las emociones que sienten, acompañándoles desde un lugar neutro, conectado y empático. Explicándoles que todas las emociones son naturales y necesarias, que no existen buenas o malas.
3. Ayudándoles a hablar de las emociones sin tapujos, a compartir todo aquello que sienten sin vergüenza, a filtrarlas y modelarlas correctamente. Dejándoles sentir con libertad y a la intensidad que necesiten sin interrumpirlos, juzgarles o reprocharles.
4. Atendiéndoles la emoción para ayudarles a modular, controlar y anticipar sus conductas evitando provocar heridas emocionales a través de nuestras comparaciones, etiquetas, humillaciones o injusticias.
5. Mirando y aceptando a nuestros hijos tal y como son, con expectativas acertadas y dejando al lado nuestros prejuicios, nuestra opinión sobre sus elecciones, nuestros deseos sobre el futuro.
6. Respetando los silencios, el tiempo y el espacio que necesitan para aprender. Practicando con ellos una comunicación asertiva y respetuosa que enfortezca nuestro vínculo.
7. Cuidando su autoestima a través de nuestro amor incondicional. Apoyando sus decisiones, haciéndoles ver sus cualidades, ayudándoles a esforzarse y valorando sus logros.
8. Apoyándoles con nuestras palabras de
aliento, nuestras miradas cómplices y regalándoles a diario nuestros abrazos
y besos que tanto siguen necesitando.
9. Siendo firmes y flexibles cuando lo creamos oportuno estableciendo normas y límites consensuados. Enseñándoles estrategias para aprender a regular sus reacciones ante la frustración y los imprevistos.
Consigamos que
nuestros hijos se sientan sostenidos,
aceptados y queridos. La manera que la que nosotros les hablemos, les
queramos y cuidemos de sus emociones determinará la manera en la ellos se
hablen y se quieran.
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