Sònia

Sònia

dijous, 2 d’abril del 2020

UN MUNDO FASCINANTE

- Me hubiera encantado gustarle.

- ¿Y quien te ha dicho que no lo has hecho?

- Ni siquiera me ha hablado mamá.

- Que no te haya hablado no significa que no le haya gustado conocerte. 

- Cuando le hablaba no me miraba.

- Sólo necesitáis más tiempo para poder congeniar.

- A ti si que te ha dado un beso cuando le hemos dicho adiós. 

Podría empezar explicando que Pablo sufre un trastorno generalizado del desarrollo. Que no le dirigió ni una palabra ni un gesto a Xavier, mi hijo. Que no le miró ni se despidió de él. Seguiría aclarando que está diagnosticado como alguien que padece un trastorno autista. Podría explicar que comprendo la desilusión que sentía Xavier ese día sentado en el parque sin acabar de entender a Pablo.

Pero prefiero empezar contando que Pablo es un niño muy especial, al que todo el mundo le gustaría conocer. Tengo el privilegio de poder decir que es mi alumno. Y digo privilegio porque sé que desde que conozco a Pablo soy mucho mejor persona.

Podría asegurar que si tu mirada logra entrelazarse con la suya el vínculo será de por vida. Un niño al que le fascina jugar al igual que a todos los compañeros de su edad, no para de reír cuando le haces cosquillas sin avisar y se enfada cuando no entiendes lo que te quiere decir. 

Al que le gusta que le achuches cuando las cosas no salen bien y le animes a intentar cosas nuevas que probar. Que te pide protección cuando el ruido empieza a aumentar y te expresa su miedo cuando no entiende lo que va a pasar. 

Podría concentrarme en hablar de todo lo diferente que es de los demás, en describir todo lo que nunca podrá llegar a hacer, en los problemas que presenta a la hora de comunicarse con los demás. Elijo focalizar mi energía en explicar todo lo que día a día es capaz aprender, de sentir, de intuir. 

Nunca llegará a la universidad pero ya es un licenciado en el arte del querer. Jamás formará una familia pero posee el master en lograr que a su alrededor todos lo quieran sin condición. No conseguirá conducir un coche pero encarrilará su vida para llegar a descubrir todo lo que le hace feliz.  

Debo confesar que hay días en los que me cuesta mucho aceptar que no tenga ganas de mí, que me exija una paciencia infinita para poder llegarle a ayudar, que no pueda conectar con la realidad. Que no muestre interés por escuchar y aprender todo lo que le quiero enseñar. 

De que haya jornadas donde no se deje tocar y se muestre indiferente a que le narre ese cuento que días antes le hipnotizó. Que me niegue un abrazo o nunca me explique lo que siente por mi. Mañanas en las que no logro entender el porqué de su llanto que me lleva a desesperar. en los que me invaden las ganas de abortar mi esfuerzo y volver a la normalidad.


Pero llega el día que consigues aliarte con la incertidumbre y lo desconocido te deja de molestar, que te anclas en la clínica de la comprensión y decides ir borrando cada una de las etiquetas que le quieren colgar. 

Ese justo momento en el que decides centrar tu mensaje en hablar de convivencia y no de inclusión, de igualdad y no de diferencia, de oportunidad y sensatez. 

El día a día en el aula te lleva a aprender que, sea cual sea la condición, todos los niños necesitan un abrazo cuando todo se tiñe de gris, un "eres capaz de hacerlo" cuando las cosas se empiezan a torcer o un "estoy aquí a tu lado" cuando empiezan a temer. Pablo, al igual que sus compañeros,  sólo necesita comprensión, que respeten sus ritmos, que compartan su silencio y crean en él. Que le susurren al oído "Todo saldrá bien". 

Trabajo a diario por conseguir sumergirme en su mundo en ocasiones inaccesible para mí, aceptar que con él dos más dos nunca son cuatro. Un mundo extraordinario donde nada está regulado y ordenado, donde nuestras miradas llegan a ser cómplices sin pedir uno al otro ninguna explicación.

Me pides que te ayude a comprender, que te anticipe lo que va a suceder y elimine el caos en tu vida porque te produce estupor. Que entienda tu fascinación por cosas a las que yo ni siquiera he llegado a apreciar, que respete tu ritmo y tu forma especial de comprender la realidad. Que no hable demasiado deprisa porque sino no entiendes lo que quiero de tí, que te felicite cada vez que lo haces bien. Que entienda tus rituales que sea previsible para que me puedas seguir. 

Gracias por haberte cruzado en mi vida y obligarme a diario a improvisar, crear o inventar para encontrar la tecla que te haga feliz. Por hacer que me enternezca por tu ingenuidad, tu manera de besar, tu forma de decirme que te gusta mi olor. 

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